Amadeus

Por Nestor Barbón

Buenos Aires marcha a la cabeza de las grandes ciudades del mundo en materia de oferta cultural. Y uno de los ámbitos en el que muestra niveles de excelencia es en el teatral, tanto en el circuito comercial como así también en el “off”, siendo este último un espacio en el que muestran su virtuosismo muchos actores y actrices a los que el primero no da cabida.

Dentro del circuito comercial puede disfrutarse en este momento la representación de AMADEUS, una obra de Peter Shaffer, que ha sido ya exhibida en Buenos Aires, en 1983 en el teatro Liceo.

En esta reposición – en el Metropolitan Citi – cuenta con la formidable actuación en los roles centrales de dos magníficos actores como son Rodrigo de la Serna (recordemos su inolvidable trabajo en “Lluvia constante”) y Oscar Martínez; bajo la rigurosa dirección de Javier Daulte, uno de los grandes directores teatrales de la actualidad.

La obra se centra en la íntima relación entre Wolfgang Amadeus Mozart y Antonio Salieri; a partir de una anécdota apócrifa que sostiene que Salieri mató a Mozart; cuestión totalmente alejada de la realidad.

De la Serna muestra sus grandes dotes actorales y sus múltiples recursos emocionales para mostrarnos a un Mozart que atraviesa tres momentos de su vida: su juventud desmadrada, la madurez con sus luchas internas y finalmente, el ocaso. Es imposible no prestarle especial atención, durante el desarrollo de la obra; ni dejar de disfrutar de cada una de sus apariciones en escena, muy especialmente del final en el que imprime a su actuación un intenso tono dramático. Es de hacer notar también su trabajo corporal, cuestión que Daulte no deja de tomar siempre en especial consideración en su labor de director.

Oscar Martínez, señor de la escena teatral, nos muestra también a un Antonio Salieri estupendo, en su vejez, primero, dando inicio a la obra y culpabilizándose por haber destruido a Mozart; y reviviendo luego las distintas vicisitudes que le había deparado el vínculo con él, a partir de ser contratado por el Emperador José II de Austria de cuya corte el relator formaba parte. Mozart irrumpe en su vida como en la historia de la música clásica, con una tremenda e influyente trascendencia.

Es importante centrar el comentario en la relación entre los dos compositores: Mozart, caracterizado por su genialidad; y Salieri, por la envidia y el odio hacia las dotes musicales de Amadeus.

Salieri considera que la música de Mozart es divina e invoca a Dios para poder ser famoso y tan brillante como él, pero se ve frustrado porque Dios le pone delante a un genio. “Pusiste en mí la percepción de lo incomparable, que la mayoría de los hombres no conoce jamás; y después te aseguraste de que supiera para siempre que soy un mediocre”, ruge ante Dios. Si bien su música es excelente no puede jamás igualar a Mozart. Por lo que termina rechazando a Dios y decide vengarse.

La escena final es el climax de la obra, que muestra el enfrentamiento entre dos hombres desesperados. Mozart muere y Salieri vive culpabilizándose de haberlo envenenado. Talento aprendido versus genialidad innata, que destruye la vida de ambos.

Tanto la muy acertada escenografía de Alberto Negrín – que aprovecha la ancha boca del escenario haciéndola funcionar como una gran jaula con paredes laterales corredizas, que permite a los personajes moverse con total comodidad – como la musicalización con obras de Mozart y el acertado vestuario de Mini Zuccheri, realzan esta magnífica puesta.