El niño con autismo

En este Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, insto a que se promuevan los derechos de las personas con autismo y se asegure su plena participación e inclusión, como miembros valiosos de nuestra tan diversa familia humana, para que puedan contribuir a crear un futuro de dignidad y oportunidad para todos.

Mensaje del Secretario General, Ban Ki-moon con motivo del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, 2 de abril de 2016.

El autismo es un síntoma primordial de la esquizofrenia, que consiste en: aislamiento, retracción en si mismos, no conexión con el mundo real compartido por los otros llamados normales.

En 1943, Leo Kanner deslindó este síntoma y describió el cuadro al que denominó Autismo infantil precoz. Otros psiquiatras habían descripto el mismo cuadro, entre ellos Asperger en 1945, pero la incomunicación debida a la guerra impidió que fuera conocido en su momento, y solo lo fue en los años 80, tal como sucedió con Van Krevelin.

Desde el comienzo mismo en que fue conocido y aceptado por la comunidad médica, el autismo infantil estuvo signado por ser el centro de fervientes discusiones.

Por un lado, se le niega el carácter de enfermedad: niños especiales, ángeles, regalo de Dios, maravillosos, niños índigos, son algunos de los tantos calificativos. Como si la soledad, los miedos, las estereotipias… no indicaran el sufrimiento de estos niños y la necesidad de recibir atención especializada.

Por otra parte, desde algunos medios científicos se hacen afirmaciones contundentes: es orgánico, es genético, aunque no se haya encontrado todavía nada que lo demuestre de modo fehaciente. Se publicitan hallazgos que solo crean expectativas y desilusión.

La banalización, los excesos, son realmente cada vez más alarmantes. El término autista está de moda, fulano es autista, le dice por ejemplo un político a otro, o sos un autista, la mujer a su marido que en lugar de contestarle lee el diario. Pero esto no es lo grave, lo grave es que cada día son más los padres que llegan al consultorio alarmados con la existencia de signos de autismo en su hijo, o directamente con el diagnóstico de autismo. ¿Qué diferencia puede haber para ellos entre síndrome y síntoma? Síndrome es el conjunto de signos y síntomas, que hacen posible caracterizar una patología, esto lo sabemos los médicos (aunque algunos no lo recuerdan), no los padres.

En 1967 Kanner dijo: “…se ha convertido en una costumbre extender el concepto inicial de autismo infantil, diagnosticando uno u otro de los síntomas aislados que componen el síndrome completo. Casi de un día para el otro pareció que los EE.UU se poblaban de una multitud de niños autistas, y también en el extranjero”. Van Krevelin, irritado, dijo que este diagnóstico amenazaba convertirse en una moda.

La amenaza se cumplió.

La aparición de los manuales de clasificación de enfermedades mentales, “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders” (DSM), elaborados por la Asociación Psiquiátrica Americana de los Estados Unidos, contribuyó, y cada vez con mayor energía, para que esto suceda. El Dr. Alan Frances, que perteneció al equipo que formuló el DSM IV, dice que la clasificación de Trastorno Generalizado del Desarrollo, (TGD), generó la expansión excesiva de diagnósticos de autismo, y acusa a los psiquiatras que trabajaron en el DSM V, aparecido el año pasado, de estar al servicio o pertenecer a industrias farmacéuticas. Este último engendro no se va con chiquitas, sin empacho, pero con millones de dólares, clasifican el Trastorno del Espectro autista (TEA), bolsa de gatos a partir del cual cualquier niño podrá ser diagnosticado como autista y medicado, para gran alegría de las farmacéuticas.

¿Cómo es un niño autista?

La descripción habitual es: está aislado, no mira a las personas, ni siquiera a sus padres, no responde cuando se le habla –es por esto que algunos son tomados por sordos-, no hablan, no juegan, no interactúan con otros niños, tienen movimientos estereotipados, no tienen empatía (la llamada “teoría de la mente” asegura que el niño autista no entiende la mente del otro).

La clínica, que sigue siendo soberana, como nos enseñaron nuestros maestros, ¿que dice?.

A cada quién con su formación teórica tal vez le dirá cosas diferentes, por lo tanto, dentro de lo posible, tratemos de ser ingenuos.

Los niños autistas me enseñaron a convertir los no en sí, parece que no pero sí. Miran si no se sienten mirados, a veces lo hacen de reojo. Un paciente me explicó que el quedarse colgado mirando el techo, el ventilador, la luz -que es significado como un síntoma más de aislamiento- en realidad no es tal: “veo por los costados del ojo”, o sea usando el resto del campo visual. Es un modo de controlar a las personas: “yo veo a todos y los otros creen que no estoy”.

No juegan. ¿Por qué no es un juego alinear los autitos de manera perseverante, sino un síntoma más de aislamiento? ¿No nos estarán mostrando la necesidad de un orden, de su deseo de estabilidad que sienten que precisan?

Se sientan en un rincón del consultorio dándonos la espalda, quietos. ¿Por qué esa actitud sería otro sinsentido?. ¿No puede acaso ser expresión del miedo al terapeuta?

El autista es un ser aterrorizado, como dijera B. Bettelheim, “porque entendieron bien o porque entendieron mal”, vivieron experiencias que para ellos resultaron ser excesivamente traumáticas. Se defienden con el aislamiento, se atrincheran. Lo cual no significa que no sientan, no comprendan, que no posean aparato psíquico. Por el contrario, todo en ellos tiene una razón de ser. No entender esto, no otorgar a sus acciones -no moverse, aislarse, también lo son- un sentido, sería confinarlos en la alienación, en la no existencia psíquica.

En cuanto a la empatía. Fueron los niños a lo largo de los años que me “convencieron” de la existencia de su empatía, es decir de su conexión con el otro, con el estado mental del otro, tan penetrante, sutil. Una experiencia de… allá lejos y hace tiempo…en una institución de niños graves. A., siempre sentado solo, cortaba papeles. B. solo deambulaba. Ambos eran autistas. B. comienza a llevarle hojas a A., que las cortaba. Era el único contacto. Luego de un tiempo B., a raíz de un estado de excitación, es llevado a una habitación para intentar calmarlo. A. se levanta, se acerca a la puerta de la habitación, y…llora.

Hace muy pocos días. Estamos en sesión, G. que escribe, y muy bien, palabras sueltas o frases, aún se niega a hablar. Yo me siento algo fastidiada -y segura de no demostrarlo- con que la mamá después de tantos años de tratamiento continuara anunciándose por el portero eléctrico “G. y yo”. A la interpretación: “no queres hablar para seguir pegado a mamá, ser su bebé, y ella también quiere que seas su bebé”, G. en respuesta, escribe: “enojada” y luego de otras palabras escribe “boluda”. Cuanta razón tiene. ( sobretodo a boluda me refiero).

Porque habría que serlo para no darse por enterado que si la mamá de G. no puede separarse de su hijo es por una posición inconsciente que la precede. Sucede con todos los individuos, también con los padres de los autistas, por lo que el tratamiento del niño debe ser acompañado por el de su familia.

“…cada individuo es, además de la síntesis de las relaciones existentes, también la de la historia de esas relaciones: es el resumen de todo el pasado”.

Antonio Gramsci.

Y el pasado de estas familias suele ser sumamente traumático.

No es con brusquedad, ni con órdenes, ni con premios o castigos, ni enseñando modales, que se logra el contacto con este niño sufriente, sino aceptando su dolor, tratando de comprenderlo, siguiéndolo en su tiempo que siempre es mucho más extenso que el nuestro. Como dijera E. Pichón Riviere, el diagnóstico sólo sirve para orientarse. Cada niño con autismo es distinto a otro, es un sujeto con su historia personal a cuestas.

El tratamiento del niño con autismo suele ser extenso e intenso. Intenso para ambos participantes. Para el niño salir de su aislamiento significa exponerse a esos terrores de los que huyó. El terapeuta tendrá que tolerar el sufrimiento del niño, y el sufrimiento del niño que él mismo fue, ya que debe permitirse regresar a veces a dolores que creía superados.

En esta lucha entre Eros y Tanatos es la esperanza y el amor lo que sostiene.

Dra. Velleda Cecchi. Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Miembro del Departamento de Historia del Psicoanálisis “Dr. Celes Cárcamo”. Autora del libro: Los otros creen que no estoy. Autismo y otras psicosis infantiles

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