El Mal y sus figuraciones actuales

Mirta Goldstein, conductora

9 de junio 2020, APA

Buenos días y bienvenidos a esta mesa de diálogo en la que Alberto Cabral, Alejandro Katz y Gabriela Goldstein se referirán, con perspectivas diferentes a las figuraciones del mal.

El Mal con Mayúscula, desde mi punto de vista, no es la maldad común. Se preguntarán entonces ¿por qué razón tiene actualidad este tema?

En esta época de regulaciones respecto de la reclusión social, me ha preocupado el uso de términos como “estado concentracionario”, Gueto, o guerra, de manera banal; estos términos son propios de una situación de Mal, pero no estamos en tal situación ni tampoco en una guerra porque el virus no tiene voluntad de exterminio, no es un ejército invasor, aunque puede ser letal debido a su multiplicación en los cuerpos humanos.

Como estoy convencida que las palabras crean y distorsionan las realidades, me parece importante encarar ¿dónde o en quienes podemos ubicar al Mal hoy? Para lo cual veamos de que trata el Mal.

Lo que caracteriza al Mal es el campo de exterminio, la desaparición masiva de personas o su tortura, la esclavitud de un grupo o pueblo, la trata de personas y la violación como estrategia militar; el Mal entonces no es la violencia, ni el sadismo, ni la crueldad, ni el homicidio, ni la falta de seguridad, aunque los incluye a todos, hace uso de todo esto. El femicidio intrafamiliar es un acto reprobable, pero dista del proyecto de reclutar mujeres coreanas para el goce sexual de las tropas japonesas, hecho ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial.

Mal es el estado que padecen las personas que no tienen ninguna forma de amparo a su existencia, ante un poder totalitario, absoluto y esclavizante.

Dado que el Mal se encarna, requiere de un agente que lleve a cabo un proyecto eliminatorio, y de seres considerados Nuda Vida, eliminables, descartables entonces propongo hablar de figuraciones del Mal y no de figuras del Mal. Las figuras resuenan a algo estático, en cambio las figuraciones implican un semblante que no es ni estable ni permanente, así un torturador vuelve a casa, abraza a su hijo, y no sabemos a ciencia cierta si entró el padre o el filicida.

Stefan Zweig dijo: “Quien no haya vivido antes de la Primera Guerra Mundial, no ha conocido lo dulce que puede ser la vida.” Y estas palabras cobran sentido porque las dos guerras mundiales del siglo XX, marcaron un antes y un después en la concepción ética del otro; Mal, genocidio y crímenes de lesa humanidad, son nociones que surgieron como toma de conciencia de lo que significa la voluntad de aniquilar y someter masivamente por fuerzas de seguridad y estados tiránicos.

Rafael Lemkin, un jurista polaco que había perdido cuarenta y nueve miembros de su familia en el Holocausto, inventó el término de ‘genocidio’ en 1944. Recién en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad el primer tratado de derechos humanos: la Convención del Genocidio; a esto también colaboró que entre 1945 y 1946, se sucedieron los juicios de Núremberg a jerarcas nazis.

En 1998, 160 países decidieron establecer en Roma una Corte Penal Internacional donde se juzgarían estos delitos. Es obvio que los tratados no se cumplen y que el Principio de no intervención de las naciones permite la continuidad de las masacres como ocurrió en Bosnia, Biafra y Turquía con los armenios, y ocurría hasta antes de la pandemia con los náufragos del Mediterráneo que ni siquiera llegaban a ser refugiados.

Freud introdujo el malestar de la civilización y lo siniestro, pero no pudo hablar del estrago, de lo atroz, porque si bien padeció las dos guerras, no conoció el campo.

Jean Améry 1 es quien mejor describe la desesperación producto del Mal y dice: lo atroz es extirpar todo sentimiento de piedad.

Quiero rescatar del olvido a Jean Améry, sobreviviente de Auschwitz, escritor, periodista, exiliado y torturado quien dijo: “Sin el sentimiento de afinidad con los amenazados sería un exiliado de la realidad que renuncia a sí mismo…” O sea, no hay para él sí mismo sin ese compromiso con las víctimas y los sufrientes.

En 1978 Améry se suicida tirándose desde un tren, suicidio que semeja un acto burlesco a aquellos trenes malditos de los nazis o, como él mismo afirma: La muerte voluntaria es un acto de humanidad y dignidad a través del cual un ser humano se afirma a sí mismo por la propia negación y, por ende, se rehúsa a sufrir pasivamente …la injusticia de la sociedad y la inhumanidad de la historia.

Jean Améry, escribió un artículo titulado: ¿Cuánta patria necesita el ser humano?, es claro que se opone a la conquista voraz de territorios y de cuerpos ajenos, y a las ideologías, que, como el nazismo y el fascismo, condensan Patria y enajenación de los otros.

Parafraseando a Améry les pegunto a nuestros invitados: ¿Cuánto poder necesita alguien para sentirse saciado? ¿Cuánta atrocidad es capaz de causar el ser humano y cuanta atrocidad es capaz de soportar?

Para terminar, quiero recordar la última frase del cuento Ante la ley, en el cual Kafka le hace decir al guardián: Esta entrada era solo para ti. Pienso que ante la entrada al Mal algunos se detienen, y los que ya están adentro no siempre quieren y pueden salir.

Fernando Ulloa, en el trabajo Una perspectiva metapsicológica de la crueldad, escribió: “La vera crueldad necesita de un dispositivo sociocultural, cuyo eje es la encerrona trágica entre el victimario, protegido en su pretensión de impunidad, y la víctima desprotegida de todo auxilio. Falta la presencia eficaz de un tercero de apelación que desarme esa encerrona cuyo paradigma es la mesa de tortura”.

Referencias bibliográficas

Améry, J.: ¿Cuánta patria necesita el ser humano?, publicado en el libro Más allá de la culpa y la expiación, Valencia: Pre-Textos, 2004;

Kafka, F.: Ante la ley. Cuento. (1883-1924)


  1. Nació en 1912, en Viena, donde estudió filosofía y literatura. Tras la anexión de Austria en 1938, emigró a Bélgica donde participó del movimiento de resistencia. Fue arrestado por la Gestapo en 1943 y deportado a varios campos de concentración, entre ellos Auschwitz, Buchenwald, Bergen-Belsen.
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